Después de vivir casi cuatro años en Buenos Aires, Yohana de Andrade se despide de nosotros. Miembro de Sietar Argentina, relata con sangre paulista las diferentes etapas de su choque cultural.
Solamente un helado de maní con remolacha sería lo suficiente. Pero cuando la moza del restaurante me ofreció otro más, lo acepté: fue la primera vez que me dí cuenta que nunca más volvería a aquel lugar.
Esto es despedirse de una ciudad: darse cuenta que después de casi 4 años en Buenos Aires, llegó el momento de irse. Si esto no es una motivo para tomar (más) helados, yo no sé qué más puede ser.

Heladería Gruta y el mejor helado de dulce de leche granizado de Buenos Aires: un estudio de caso
Cómo brasileña nacida en San Pablo, sería de esperarse un texto comparando las ciudades, hablando de países hermanos y entrelíneas de clichés. No. Jamás.
Este texto es una carta de amor, de despedida: una manera de expresar como la adaptación cultural puede volverse en una relación amorosa entre una inmigrante y su ciudad de elección.
Los primeros 3 meses: luna de miel en Buenos Aires
Mis primeros tres meses en Buenos Aires fueron: helados. Gente linda por todos los lados. Empanadas. Caminatas por una ciudad plana y planeada. Árboles por todos los lados. Helados. Plazas verdes. Gente sentada en las plazas leyendo. “Cómo no amar a Buenos Aires?”, lo pensaba mil veces al día. Más helados.

Avenida Melián, en el barrio de Belgrano: la calle más linda de Buenos Aires
La rara sensación de estar segura que no vas a encontrar ningún conocido en la calle
En cualquier relación, después de la etapa de enamoramiento, uno encuentra lo “real” del otro, y lo saca del nivel de idealización. Con Buenos Aires y yo no podría ser diferente: lo lindo que la ciudad ofrecía no parecía ser lo suficiente para tapar la soledad de los primeros meses de una inmigrante. Caminar por la capital argentina, que antes era un placer, se volvió en una actividad rara, en la cual estaba segura que no iba a encontrar a nadie conocido. Acá fue un momento clave: muchos cuando llegan a esta etapa empiezan a maldecir el nuevo lugar que viven, idealizan su ciudad de origen y hacen comparaciones todo el tiempo. Sin embargo: just keep swimming. Acordate que es temporal. Tomate un helado que ya pasa. A mi, me re sirvió hacer una de las actividades más argentinas que se puede hacer: encontré mi psicóloga.
No hay pastel, pero hay empanada

Sampa versus Buenos, de Vivian Mota
Mi etapa de adaptación empezó realmente cuando elegí quedarme, hacer una vida porteña y no hacer comparaciones. En la práctica, esto era pensar en todo lo bueno que Buenos Aires me ofrecía cuando extrañaba algo de San Pablo. Lo que yo quería era encontrarme con mi familia, comer pizza paulista, tomar açaí y comer pão de queijo. Lo que yo hacía: iba a conocer lugares nuevos con gente nueva, hacía amigos nuevos y comía pizza porteña. Ya lo he comentado acerca de helados?
Pude darme cuenta que estaba totalmente adaptada a la ciudad cuando empecé a hacer cosas que no relacionadas al el hecho de ser brasileña. Aprendí francés; tuve clases sobre Hitchcock; me enamoré, me desenamoré. Conocí un nuevo amor: correr.

Mapa que muestra mi intento de hacer un corazón mientras corría por las calles de Buenos Aires
Que seja eterno enquanto dure
Buenos Aires y yo pasamos casi cuatro años juntos, y como suele pasar en las buenas relaciones, crecimos. Soy una persona mejor porque estuve acá, pero hay más espacio en mí para otras ciudades, otros países, otros dolores. Al pasar del tiempo, lo que antes era placentero se hizo común, y la ciudad se fue achicando. Y cuando uno pasa a quejarse más que elogiar, es hora de irse.
Costica Bradatan escribió en New York Times sobre aprender nuevos idiomas: “Es por esto que abandonar tu idioma nativo y adoptar otro es desmantelar a sí mismo, pieza por pieza, y después remontarse de nuevo, de una manera diferente”.
Digo lo mismo sobre inmigrar: uno se reinventa, si se toma la libertad – y el coraje – de adaptarse al lugar nuevo.