por Verónica Denmon / veronicadenmon@hotmail.com
“El lenguaje es la casa del ser y la morada de la esencia del hombre”
Martin Heidegger
“Todos pertenecemos al mundo, y si una patria tengo es la lengua. La lengua tiene muchas patrias: la infancia, la familia, todo lo que va haciendo al individuo . Para un poeta y escritor, es lo único que puede habitar”
Juan Gelman
VIVIR EN
Los seres humanos somos seres lingüísticos. El lenguaje, esa capacidad de expresar pensamientos y sentimientos por medio de la palabra, nos constituye.
Esta facultad abstracta y general de la especie, se plasma en manifestaciones concretas: cada comunidad desarrolla su propia lengua para comunicarse.
Cada lengua organiza de un modo particular la experiencia, modelando en sus hablantes una cierta visión de mundo, un marco de interpretación posible.
La forma en que pensamos parece influir en nuestra lengua. Al mismo tiempo, nuestra lengua parece influir en el modo en que pensamos. La manera en que concebimos el espacio, el tiempo, las caracterizaciones de los objetos, las relaciones con los otros, estarían impregnadas por esta vinculación.
En un experimento realizado con imágenes, la psicóloga cognitiva Lera Boroditsky les solicitó a los participantes, aislados unos de otros, que presentaran las tarjetas en el “orden temporal correcto”. Los hablantes de inglés colocaron las imágenes de izquierda a derecha. Los de hebreo, de derecha a izquierda, claramente influidos por su patrón alfabético. Los Kuuk Thaayorre, una comunidad aborigen del Norte de Australia, de Este a Oeste: lo hicieron en términos cardinales, mientras que los otros lo efectuaron en base a la posición relativa del observador.
Una lengua es la base de la configuración y de la expresión de una cultura, sosteniendo una función esencial en la construcción de la identidad.
Aún en un contexto plurilingüe, cada individuo “habita” una lengua en particular, que aprende por lo general de modo natural en su entorno más íntimo: es la denominada “lengua materna” o “lengua primera” (suponiendo que es la que ocupa ese orden en el proceso de adquisición).
“Como un documento de identidad, la lengua que hablamos y el modo en que la hablamos revela algo de nosotros mismos”
La lengua identitaria responde a la necesidad humana de vinculación, de pertenencia, de creación de sentido, de búsqueda de un valor existencial.
La lengua materna se afirma como el espacio más próximo, cálido y familiar, donde uno se siente a gusto, seguro, como en casa. Uno vive en la lengua.
¿VIVIR EN? ¿VIVIR ENTRE?
“-¿En qué lengua piensa usted?
-Cuando estoy en Grecia pienso en griego. Cuando escribo en francés pienso en francés. No sabría decirle qué lengua adoptaría si debiera permanecer mucho tiempo en una isla desierta”
Vassilis Alexakis, “Las palabras extranjeras”
¿Qué sucede con las personas que hablan dos o más lenguas desde su más tierna infancia?
¿Cómo procesan la experiencia de habitar simultáneamente varias casas?
Esa es la pregunta que parecería hacerse la escritora y ensayista argentina Sylvia Molloy en su entrañable libro “Vivir entre lenguas”.
La autora elige abordar la cuestión no desde las alturas generalizadoras de la teoría, sino desde la intensa intimidad de su mundo privado.
Los materiales con los que elabora el texto son recuerdos personales, anécdotas, sueños significativos, intercalados con reflexiones sobre el uso de las lenguas, y con relatos sobre episodios de la vida de escritores que vivieron “entre lenguas”: Jules Supervielle, George Steiner, Elias Canetti, Guillermo Hudson.
Declarándose trilingüe “para simplificar”, Molloy muestra en el relato que la incorporación de las lenguas no fue simultánea ni equivalente.
Desde muy pequeña hablaba español con la madre, inglés con el padre (y la familia paterna), y una mezcla de ambos con su hermana, cuando nadie las oía, para no ser “regañadas”.
El aprendizaje del francés vino después, como recuperación de la lengua ancestral de sus abuelos maternos, quienes no se lo habían transmitido a su madre, condenándola a padecer el monolingüismo, como “una especie de enfermedad incurable”.
En el transcurso de su infancia, cada una de estas lenguas ocupaba un territorio, un espacio distinto, y estaba coloreada de “afectividades diversas”. En el colegio bilingüe al que concurría, se hablaba inglés por la mañana (con prohibición de hablar español bajo amenaza de expulsión) y español por la tarde. Los “chistes verdes” y las “partes” que aludían a la sexualidad se nombraban en español.
Esta sensación de disociación es retomada en el texto en repetidas oportunidades.
“¿Cuál será la lengua de mi senilidad?”, se pregunta la autora. ¿En qué idioma habla el bilingüe a sus animales domésticos? ¿En qué lengua se despierta? Cuando un bilingüe habla ¿(se) traduce? ¿Desde cuál de los dos idiomas se reconoce la extranjería?
Ínfimos pero reveladores detalles de la cotidianeidad del que navega entre lenguas, que invitan al lector a imaginar nuevos interrogantes: ¿En qué lengua el bilingüe juega, piensa, se enoja? ¿En qué lengua canta bajo la ducha? ¿En qué lengua hace el amor?
El sujeto bilingüe (o plurilingüe) es prisionero de un vaivén perpetuo, en el que la mezcla es moneda corriente. Cuando habla,”switchea”, intercala palabras de un idioma en otro: “pero no quiero gastar tanto, it´s quite expensive, che” (Molloy p.19).
El switching fluye, se da sin esfuerzo ni reglas. A veces uno emplea una palabra de su/s otra/s lengua/s porque se le aparece más rápido, otras veces porque representa mejor o de un modo más condensado la idea que se quiere transmitir.
Pero este ir y venir no se configuraría aleatoriamente. Para la escritora “quiérase o no siempre se es bilingüe desde una lengua, aquella en la que uno se aposenta primero, siquiera provisoriamente, aquella en la que uno se reconoce”(Molloy,p.23).
Esa lengua funciona como una suerte de” punto de apoyo”.
La elección de un idioma implica la ausencia del otro (o de los otros). Pero el idioma ausente, según la autora, “percude”, “infecta”, “contamina” al otro. Hace sentir su presencia como una sombra, como un fantasma, como un “eco” desconcertante.
El lector bilingüe a menudo se desvía, cambia de carril sin advertirlo. Molloy ve al costado de una ruta de Estados Unidos, lugar donde vive hace varias décadas, un cartel que dice “HAY”(heno). Y cuenta que su primera reacción es leerlo en español (hay: verbo haber), con lo cual se pregunta “¿qué es lo que hay?”. Y se responde, con humor: “HAY HAY” (hay heno).
La escritora argentina establece una clara diferencia entre el “derroche bilingüe” de la clase ilustrada, de la que ella forma parte, y el sufrimiento de los “pobres de la lengua”, de los migrantes que viven entre “un idioma propio postergado” y otro idioma que “no logran dominar del todo” (Molloy, p. 56).
Mientras los cosmopolitas, los ciudadanos del mundo emprenden con destreza y elegancia “vuelos lingüísticos directos”, los carentes de privilegio enfrentan vuelos lingüísticos “con humillantes” y múltiples escalas (Molloy, p.56, 57).
VIVIR ENTRE
“Paradójicamente, el que habla/escribe en más de un idioma, es decir, el que tiene más de una casa de la lengua, escribe siempre a la intemperie”
Silvia Molloy, Página 12, reportaje 15/02/2011
No somos del todo de aquí ni del todo de allá. Algunas de las expresiones que solíamos usar, al volver a hablar con compatriotas, resultan extrañas, como detenidas en el tiempo. No habitamos exclusivamente una lengua ni la otra, aunque tomemos una como punto de apoyo.
Ir y venir de una lengua a otra, de una cultura a otra, puede causarnos un sentimiento de desconcierto.Silvia Molloy, Página 12, reportaje 15/02/2011
Tzvetan Todorov, lingüista de origen búlgaro radicado en Francia, describe en “El hombre desplazado” este tironeo:
“Así, vivo en un espacio singular, a la vez afuera y adentro: como extranjero en “mi casa”(en Sofía) y como en mi casa en el extranjero(en París)”
VIVIR ENTRE genera la constitución de un espacio intermedio, un “entre dos” (Zerdalia Dahoun).
Es un espacio híbrido, ambiguo, abierto, donde no siempre es fácil distinguir los límites, las fronteras.
En medio de esta indefinición, uno puede errar en búsqueda de su destino, como Ulises en “La Odisea”, o trabajar para tratar de integrar las múltiples piezas del rompecabezas identitario.
VIVIR ENTRE nos confronta a dos fenómenos contrapuestos, que son como las dos caras de una misma moneda. Por un lado, puede traer confusión: “para el bilingüe, la complicación es la vida misma” (Molloy, p.42). Por el otro, amplitud de mirada, libertad, oportunidad de reinventarse.
Sylvia Molloy finaliza su texto con una pregunta: “Después de todo, en qué lengua soy?”
Pregunta que, sin buscarlo, se responde ella misma en una entrevista:” Creo que soy entre“.
BIBLIOGRAFÍA
-ALEXAKIS, Vassilis : Las palabras extranjeras- Buenos Aires: Del Estante Editorial,2006.
–BORODITSKY, Lera: “How does our language shape the way we think” https://edge.org/conversation/how-does-our-language-shape-the-way-we-think
-CALVET, Louis-Jean: “Identidades y plurilingüismo “
http://campus-oei.org/tres_espacios/icoloquio9.htm
–DAHOUN, Zerdalia: “L’entre- deux: une métaphore pour penser la différence culturelle » en Différence culturelle et souffrances de l’identité-Paris :Dunod, 2005.
-ECHEVERRÍA, Rafael: Ontología del lenguaje- Buenos Aires: Granica, 2011.
-MOLLOY, Sylvia: Vivir entre lenguas-Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora, 2016.
-TODOROV, Tzvetan: El hombre desplazado- Buenos Aires: Taurus, 2008