Todos tenemos visiones polarizadas… ¿y entonces?

“¡Son feminazis!” escuché decir a uno de mis amigos luego de ver por la televisión algunas pintadas que la marcha por #NiUnaMenos dejaron en una pared. El adjetivo parece englobar un significado sumamente profundo, buscando trazar paralelismos entre el régimen Nazi en Alemania y el movimiento feminista. En realidad no lo era. Era una simple descripción despectiva ante un accionar que, desde el punto de vista de mi amigo, era incorrecto.

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También en estos meses ha comenzado a escuchar con más frecuencia la frase: “Se vienen a robar nuestros trabajos”, refiriéndose a los inmigrantes llegando al país. Esta frase parece tener una estacionalidad alineada a los vaivenes económicos. En períodos de crisis, los inmigrantes y refugiados se convierten en el chivo expiatorio perfecto para asignarles parte de la responsabilidad. Sin embargo, la atribución de esta frase es muy selectiva: no se la dirigen a cualquier inmigrante, sino a los que la sociedad percibe como inmigrantes de “segunda clase”. Nadie se atrevería a tratar como criminal en potencia al estadounidense que viene a asumir una posición de director de una multinacional. De nuevo los adjetivos negativos, tendenciosos y prejuiciosos proliferan.

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Durante una charla con mi madre, me comentaba lo difícil que era reclutar a jóvenes “comprometidos” en el sector público que hicieran las cosas como se venían haciendo. Los jóvenes nunca van a estar comprometidos cuando se trata de seguir las reglas de los más grandes. La contra-respuesta más lógica al describir a los más “viejos” no tarda en llegar: “Se resisten al cambio”, “Son anticuados y ya no sirven para nada”, etc.

En mi Facebook se abrió un extenso debate por el siguiente hecho: Una pareja de lesbiana fue arrestada por besarse en una plaza en Córdoba. Posteriormente, y a método de protesta, se organizó un “Besazo” de lesbianas frente a la estación central de policías. Si apoyabas la iniciativa eras un pervertido que ibas a contramano de la naturaleza. Si estabas en contra eras un moralista religioso y homofóbico. Esos mismos rótulos planteaban una distancia casi insalvable, donde la posibilidad de debate era casi nula.

Besazo en Córdoba

Pero el trofeo de las descalificaciones y agresiones se lo lleva la política. Los juegos de poder son tan potentes que la agresión verbal, normalizada por medios y políticos, impiden casi cualquier posibilidad de tener un intercambio de argumentos razonables y fundados. “Kukas”, “gorilas”, “ignorantes”, “vagos”, “fachos”, etc. La imaginación y creatividad parece no tener límites. La polarización tampoco.

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Las polarizaciones abundan frente a cualquier aspecto de “diferencia” que se presente entre seres humanos. Por ser cordobés me han pedido que “me cuente un chiste”. Por ser vegetariano me han dicho “gay” (¿?). Por no querer tener auto me han dicho “hippie”. Por ser ateo me han dicho “irrespetuoso”. A todos nos pasa. A partir de esta variedad de reacciones y de estigmatizaciones ante la diferencia, podemos esbozar algunas características que afloran en las polarizaciones:

  1. Describen más a quienes la dicen que a quienes están dirigidas.

“Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”. Cuando nosotros describimos al diferente, en realidad estamos describiéndonos más a nosotros mismos. Descalificar a los demás es una forma de reforzar nuestra propia forma de pensar y de ver las cosas (y también nuestras carencias). En definitiva, si los demás están equivocados y hacen cosas incorrectas; eso implica que nosotros estamos en lo cierto y hacemos las cosas correctas.

  1. Buscan evitar que cambiemos

La naturaleza humana tiende hacia el estatus quo. Estamos diseñados para crear un contexto que nos brinde seguridad y nos permita cumplir nuestros mandatos instintivos básicos: supervivencia y procreación. Descalificar a quienes son diferentes a nosotros persigue el fin implícito de legitimar quienes somos y las decisiones que tomamos en nuestras vidas. Si nosotros somos los que “estamos bien”, entonces son los demás quienes tienen que cambiar y adaptarse.

  1. Buscan proteger privilegios

A veces me avergüenzo de mis privilegios. “¿Cuáles privilegios”?, suelen preguntarme algunas personas que tienen los mismos privilegios que yo, cómo si encendieran una señal de alerta al indicar subliminalmente que quizás ellos también tienen privilegios. A los privilegiados nos gusta pensar que no tenemos privilegios, y que todas las cosas que ganamos, obtuvimos y aprendimos, fueron exclusivamente por nuestro propio esfuerzo. “A mí nadie me regaló nada”, es casi una frase hecha a la que muchos apelan ante la mínima insinuación de que quizás otras personas no hayan tenido acceso a las mismas oportunidades.

La responsabilidad de ponernos en los zapatos (y en la piel) del otro antes de atrevernos a juzgarlos desde nuestras posiciones y sesgos, es de todos. Somos participes y creadores de las polarizaciones que sufrimos y que impartimos. Comencemos trabajando con miras a cambiarnos a nosotros mismos, antes de querer moldear a los demás a nuestra semejanza.

¿De qué manera se te ha juzgado injustamente? ¿Eres capaz de reconocer tus propios pre-juicios?

Por Marcelo Baudino
Presidente SIETAR Argentina

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«Los de allá» vs. «los de acá»: ¿cómo convertirse en un ciudadano del mundo?

Los delata el acento, la vestimenta y los sueños en un idioma incomprensible. Extienden la mano antes de ofrecer la mejilla.  Son los que revuelven con la bombilla antes del primer sorbo de mate.

A los ojos del argentino, se trata de “los de allá”, porque jamás pertenecerán al grupo privilegiado y seguro de “los de acá”.

Están por todos lados. Los encontramos en nuestras oficinas, universidades, clubes y escuelas. Caminan por nuestras calles y plazas, explorando la ciudad con ojos fascinados, atentos y hasta críticos.
Miremos este mapa….

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¿Suena conocido? Quizá no, justamente porque son completamente ajenos a nuestro mundo.

Si bien reciben diferentes nombres y  llegan de múltiples rincones del mundo que nada se parecen entre sí, a su llegada a nuestro país los espera el sello inconfundible de una identidad única y  poderosa: todos se convertirán en… los extranjeros.

Simplemente, sapos de otro pozo. Se sentirán diferentes, distintos y hasta distantes.   Los ciudadanos locales, por su lado, les harán el favor de confirmarles sus sospechas: los «nuevos» son  y serán inevitablemente «los otros». Estos otros no solo representan la constante incertidumbre y la diferencia, sino que además obligan al ciudadano local a confrontarse con lo desconocido de sí. ¿Acaso no todos tenemos un costado exiliado de nosotros mismos, del que nada queremos saber?

Pero… ¿quiénes son exactamente los extranjeros? Vienen en diferentes envases.  Veamos…

• Viajeros temporarios atraídos a la Argentina por una temporada de tango y fútbol, o por un amor argentino

• Diplomáticos y ejecutivos asignados a un traslado internacional

• Jóvenes profesionales que buscan en nuestro país sus primeras prácticas profesionales en un entorno multicultural

• Y hasta Argentinos repatriados que vuelven a un país diferente al de sus recuerdos, encontrándose con la mirada anciana de padres que no vieron envejecer.

 La lista sigue.

¿Por qué interesarse por el extranjero?

El extranjero atraviesa un período de transición entre culturas que multiplica sus dificultades de adaptación. La diferencia de lenguas y costumbres, así como el impacto de lo nuevo y diferente configura un escenario de incertidumbre que parece no tener fin: el shock cultural.

Quienes viven, estudian o trabajan con personas de otras  realidades culturales también atraviesan un shock allí donde se hace inevitable negociar, consensuar o compartir con alguien que «nada tiene que ver con nosotros. Se espera que esa figura desconocida -sujeta a más prejuicios y estereotipos que realidades medibles- se adapte y adopte el «único modo correcto de hacer las cosas»: el nuestro, por supuesto….

Sin embargo,  y contrario a lo que se supone, el ciudadano local también tiene la responsabilidad de alojar y recibir. Simplemente porque la extranjeridad es compartida.  Parafraseando a Julia Kristeva: “El extranjero empieza a emerger con la conciencia de mi diferencia y concluye cuando todos nos reconocemos como extranjeros”.

¿Rechazar o recibir? Esto dependerá del tipo de observador que somos. ¿Es el otro una oportunidad única de aprender a mirar el mundo desde una nueva lente? ¿O solo se trata de un vecino indeseable que jamás se va a parecer a  la gente de mi bando?

Volvamos a pensarlo. Nuestra interacción con personas de otras culturas puede ser una oportunidad inigualable  para potenciar habilidades dormidas.  Eso es lo que hacemos los Entrenadores, Coaches y Consultores Interculturales: acompañar a las personas y equipos a desarrollar competencias interculturales, el camino por excelencia para ampliar miradas y tender puentes donde solo vemos fronteras.

Cuando nos volvemos culturalmente competentes,  aparece la posibilidad de vincularnos con el otro desde la humildad. Nos volvemos más poderosos y conscientes de las diversas formas que existen de percibir la realidad.

Incluso nos hace más libres, al soltar las ataduras que nos sujetan a un único modo posible de ver y hacer y abrirnos a la multimirada.

Cuando desarrollamos competencia intercultural, redefinimos el  viejo mazo de cartas con el que nos tocó jugar a lo largo de nuestras vidas, y aprendemos que es posible jugar otro juego y con otras reglas.

Ahora, es tu turno. Te dejo con algunos interrogantes:

En un mundo cada vez más diverso y globalizado, ¿estás realmente dispuesto a ver al extranjero como una posibilidad, y no como  una amenaza?

Cuánto más vas a esperar para superar tus prejuicios y convertirte en un ciudadano del mundo: ¿flexible, multifacético y capaz de enriquecerte con las diferencias?

Por Natalia Sarro

Coach Intercultural – Lic en Psicologia

nataliasarro@gmail.com

Describir, Interpretar, Evaluar.

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¿Cuántas veces nos hemos equivocado juzgando o prejuzgando una actitud o una conducta diferente a la nuestra? ¿Cuántas veces nos habremos perdido de conocer mejor a personas porque lo que vimos creíamos que estaba mal?

Cuanto más nos relacionamos con personas diferentes, más estrategias debemos articular para poder conocerlas mejor. Muchas veces no basta con tener buenas intenciones y creer que la tolerancia y una mente abierta serán suficiente porque finalmente ¿qué significa tener una mente abierta? Quienes estamos en contacto con personas culturalmente diferentes muchas veces debemos alejarnos emocionalmente de las cosas que nos suceden en esas interacciones y reflexionar objetivamente. Dicen que no hay nada más difícil en las personas que ser objetivas cuando nos sacan de nuestra zona de confort –zona que indudablemente está proporcionada por las situaciones y relaciones conocidas y familiares-, ya que lo emocional sale en nuestra defensa cuando nos encontramos incómodos o poco confortables.

Janet Bennett (Directora del Intercultural Communication Institute) propone un método para lograr distinguir y alejarnos, aunque sea un instante, de los juicios emocionales ante una situación, conducta o inclusive objeto diferente a lo acostumbrado. El método se llama Describir, Interpretar, Evaluar (DIE, del inglés Description, Interpretation, Evaluation), y consiste en lo siguiente: cada vez que nos enfrentemos o estemos en relación a una conducta o situación poco familiar o ajena a lo habitual, se propone seguir los siguientes pasos

1- Describir: describir lo que está sucediendo, puramente desde la objetividad. La objetividad se logra con sustantivos, yendo desde lo más particular sin llegar a lo general. Describiendo personas involucradas, palabras literales que han sido dichas, sin abundancia de adjetivos.

2- Interpretar: en esta segunda instancia nos paramos un poco más cerca de lo que nosotros pensamos sobre lo que está sucediendo. ¿Por qué? es una de las preguntas más frecuentes. Es la hora de elaborar hipótesis sobre la situación. Se suele recomendar elaborar dos o tres hipótesis para confirmar o refutar con el tiempo.

3- Evaluar: cómo me siento al respecto. En esta tercera instancia es cuando le damos participación a nuestras emociones y sentimientos. La pregunta que suele ser rectora es ¿Cómo me siento al respecto? Al ponernos en el medio de la situación en esta instancia, ya podemos involucrarnos personalmente porque los pasos anteriores nos permitieron tomar distancia.

Al realizar una elaboración acabada de lo sucedido, en caso de sentirnos mal o a disgusto, será importante determinar el por qué de ese sentimiento. Conocernos a nosotros mismos, nuestras limitaciones personales y determinantes culturales nos ayudará a sortear obstáculos (que en la mayoría de los casos son cognitivos) y posiblemente con el tiempo, dejemos de perdernos de oportunidades sólo porque alguien nos cayó mal. Distinguir lo que pasó de lo que me pasó a mí es imprescindible.

Este ejercicio nos sirve tanto para nuestras interacciones con personas de culturas nacionales diferentes o simplemente con personas que vienen de un entorno o contexto que no son las habituales. Si logramos ser un poco más descriptores, dejando las evaluaciones para una instancia posterior, de seguro que lograremos sentirnos más cercano de lo que consideramos lejano y podremos realmente abrir nuestra mente, en vez de simplemente proponerlo como una expresión de deseo.

¿Te animás a poner en práctica el DIE y contarnos cómo te fue y cómo te sentiste?

Mucha suerte con el ejercicio!

Julia Taleisnik
Miembro Fundador de SIETAR Argentina