Por Michelle Kort*
Sumergirse en una cultura desconocida. Mezclarse con su gente. Aprender un poco de su idioma y compartir algunas de sus costumbres. Bailar al ritmo de su música, saborear su comida. ¿Sentiste alguna vez, en el proceso de aprender y experimentar una cultura, que la cultura misma te bañó de cuerpo entero y cambió una parte de quien eras?
Entre el furor de este mundial, y a medida que nos acercamos al partido de Argentina con Irán, me ha inundado una nostalgia increíble por una cultura que me abrió su corazón de par en par cuando viví en Estados Unidos. Puedo imaginar a mis amigos iraníes reunidos delante del televisor, ansiosos, inquietos. Visualizo sus expresiones y presiento sus expectativas. Fantaseo con la comida que llevarán al encuentro: ensalada Olivier (con papas, pollo y mayonesa), mast-o-khiar (yogurt con especias), kashk bademjan (plato de berenjenas), y queso feta con barbari u otro tipo de pan. Si alguno de mis amigos logró hacer a un lado el estudio para dedicarse a la cocina por varias horas, puede que un plato de kabob (brocheta de carne), kubideh (carne picada con especias) o khoresht (guiso) también forme parte del festín. Quizás las chicas no estén vestidas de punta en blanco para este evento como suelen estarlo, pero seguramente se maquillarán a la perfección. ¡Nunca me veré tan espléndida como lo hacen ellas! Por parte de los hombres, anticipo los chistes que serán dirigidos hacia a mí –la única argentina y no iraní del grupo – respecto al resultado del partido. Escucho sus voces y casi puedo adivinar algunos de los cantitos que cantarán para alentar a su equipo una vez adentrados en el partido.
Y es que hace aproximadamente seis años que los conozco. Hace seis años abrí mi corazón a uno de ellos y a través de él se dio esta increíble aventura y experiencia de ser adoptada, cálida y amorosamente, por una comunidad de hombres y mujeres iraníes, en su mayoría estudiantes de la universidad en donde hice mi carrera de grado. Ahora en Argentina, extraño esa cultura, ese grupo de individuos intelectuales pero sumamente humildes a quienes el deseo de mejorarse académica y profesionalmente los llevó a miles de kilómetros de su tierra natal, de sus familias y amigos. Ese grupo de personas que bajo la imagen estereotipada de su nación a veces duda al momento de revelar su nacionalidad; a veces nombran a su país y contienen la respiración por un momento, no sabiendo bien cuál será la reacción de su interlocutor.
Extraño su generosidad, sus sonrisas, su apreciación por la vida. Extraño la familiaridad del backgammon en las reuniones de fin de semana; la presencia de los frutos secos y las nueces como aperitivo complementario para casi cualquier hora. Y por supuesto extraño el chai (té), tan compañero de los iraníes como el mate lo es para los argentinos. Son tantos los recuerdos gratos: de personas, comidas, objetos, sonidos, melodías, olores, imágenes. Sabía que los iba a extrañar pero creo que no anticipaba esta nostalgia, este espacio vacío que siento en mi corazón como si hubiera perdido una parte de mí misma, de mi propia identidad.
Este sábado 21 de Junio alentaré al equipo argentino; pero estaré pensando en todos ellos –mis queridos amigos iraníes – deseando estrecharles la mano fuertemente y agradeciendo a la vida la oportunidad que me dio de conocerlos… más allá del fútbol.
*De padre argentino y madre estadounidense, Michelle Kort ha vivido su vida dividida entre dos países. Luego de terminar la escuela secundaria en Argentina, Michelle se mudó a EE.UU., donde hizo su carrera de grado y trabajó en el ámbito universitario. Durante ese período de su vida, Michelle conoció a estudiantes de todas partes del mundo y aprendió sobre culturas que hasta ese momento habían sido completamente desconocidas para ella. El siguiente artículo es un reflejo de ello.
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